El pronóstico de una lista Laporta para las próximas elecciones es confuso. Es verdad que Laporta es muy conocido -como Montilla y Mas-, que puede parecer un político eficaz para los que cree que la gestión de un club de fútbol es igual a la de un país (y olvidan a Guardiola), y que presume de tener la financiación a punto. Y un independentismo radical -en eso coinciden Laporta y Carretero- puede atraer electores que consideran tanto a CiU (por su ambigüedad de siempre) y a ERC (por sus pactos con un partido español), de un nacionalismo demasiado desteñido.

¿Basta el independentismo sin complejos para sacar de 8 a 10 diputados (el máximo que le dan los expertos) y condicionar la política catalana? No es fácil tanto por el déficit de cohesión de Reagrupament como por el programa que se ha presentado en su segunda asamblea, en la que Laporta ha sido la estrella invitada.

Primero que nada falta cohesión. El grupo tuvo una crisis seria hace poco porque Carretero dimitió de una ejecutiva en la que tenía 11 partidarios sobre 14. No se conformaba con ganar, quería que los tres disidentes dimitieran por un detalle de las listas de Tarragona. Carretero, que seduce en la distancia corta, se ciega a menudo. ¿Es el hombre para el aterrizaje de Laporta en política?

Vamos al programa. Decir que lo primero que harán los diputados electos es presentar en el Parlament un proyecto de Constitución que proclama unilateralmente la independencia de Catalunya suena fuerte. Pero puede tener pocos votos. Hay un 20% de independentistas (según el CEO de la Generalitat) y la mayoría de ellos, que votan CiU o ERC, saben que eso es inviable, casi una tontería. ¿Tan molestos están con los partidos clásicos del nacionalismo? Y querer acabar con “la corrección política” y que Catalunya sólo tenga dos lenguas oficiales, el catalán y el aranés, es provocar un cisma en la sociedad, algo de lo que tanto Pujol como Maragall y Montilla han huido como de la peste. ¿Tiene esta propuesta seguidores por más nacionalistas que sean?

Pero lo más inquietante es que Carretero diga que no quiere ser president sino jefe del ejército catalán, o de la nueva CIA catalana. En especial si recordamos la reciente purga de disidentes de Reagrupament y que el domingo afirmó: “hemos vivido meses de golpes bajos, pero toda la mierda ha salido de dentro. Con los enemigos internos no pienso pactar nunca”. ¿Estamos ante un nuevo Dencás?

Me cuesta cree que Laporta quiera cabalgar sobre artefacto tan extraño. Tiene tiempo por delante, aunque es verdad que ahora está en la cima de la ola. Dicen que transitó por el PI de Colom-Rahola, es en gran parte un hijo de CDC (su relación con Sala i Martín y la Fundació Catalunya Oberta es estrecha), y su guardería fue El Elefant Blau, el barcelonismo rebelde contra Núñez. Allí conoció al economista Armand Carabén (exgerente del Barca) del que habla, al menos a veces, como un maestro. Carabén era un hombre equilibrado, escéptico e inteligente. Me cuesta creer que alguien que se dice su discípulo pueda apuntarse a un proyecto bastante descabellado.

Pero Laporta todavía no ha dicho su última palabra. Flirtear con Reagrupament no compromete. Es comprar un billete de catalanismo radical que le da brillo político. Luego puede encabezar candidatura… o esperar. El billete es canjeable tanto con la candidatura como con un acercamiento a CDC o a ERC. Como sugería el lema de Pujol en el 80, lo que más convenga.