Corrupción
La corrupción política se vincula a la financiación de los partidos. Es verdad, aunque no es toda la verdad. A veces es el empresario el que corrompe al funcionario o al conseguidor. Otras es el conseguidor quien diseña toda la operación. En estos dos últimos casos la mordida no siempre es, ni siquiera parcialmente, para el partido. Los actos individuales existen, han existido y existirán. Aquí y en cualquier país, aunque su extensión sea distinta.
Pero lo que es indudable es que la corrupción política no se acaba con apelaciones a la ética. Dice Savater que la ética es aquello de lo que los demás carecen. Los creyentes de una idea siempre tienden a justificar aquello de que el fin justifica los medios. Nada más sencillo que encontrar coartadas morales. Las subprime no fueron responsabilidad de gestores ávidos de dinero. Lo fueron de un sistema cuya lógica empuja a estas prácticas. Sólo reformando el sistema, regulándolo, pueden mitigarse los excesos naturales de un sistema económico cuyo núcleo es el beneficio.
En el caso de la corrupción política, lo que primero debería abordarse es lo que hace referencia a la financiación de los partidos. Y la única regla es la transparencia. No sirven leyes hipócritas que pretenden negar la realidad. Si hay financiación privada de los partidos, y la hay y la habrá, que se haga pública. Que sepamos quién paga a quién. Y establézcanse controles reales de las cuentas de los partidos. Lo del Tribunal de Cuentas es una broma. Auditorías externas, publicidad de presupuestos y de su ejecución, etc. No se acabará con el problema, pero sin duda se reducirá su extensión.
Para la corrupción individual, la receta es también que haya buenas leyes y se cumplan. Que la justicia actué con rapidez y eficacia. Que la contratación administrativa sea transparente desde su inicio. Que existan registros centralizados de adjudicatarios. Que se limiten los casos de adjudicación discrecional. Con ello disminuiremos los casos, pero nunca se eliminarán.
Apelar a la ética y no reformar el sistema es la mejor manera de que todo continúe igual. Arrepentirse para volver a pecar. Además, muchas veces el que más presume de ética acaba siendo el más corrupto. Porque en este tema, como en casi todo, no hay que fiarse de los predicadores.
Por eso lo más probable es que el sistema político, del que participan todos sea cual sea su ideología, tenderá a resolver los problemas actuales en base a palabras y normas insuficientes, que permitan seguir con las prácticas de siempre. Ahora están muy presionados, pero ya vemos que la culpa es del empleado, del periodista, del enemigo exterior o de quien convenga. Y si la sociedad no está vigilante volverán a vendernos ato por liebre.
Prisas
Prueba de que no hay mucho interés en resolver las cosas es -ahora hablaremos de Catalunya- que la ley de Consultas se va a tramitar de forma urgente, privilegio del que no gozan otras cuestiones de verdad urgentes. Yo entiendo que se sea partidario de la independencia de Catalunya, pero no es éste un tema que pueda abordarse a toda prisa por interés político. A ver si lanzamos la falta cuando el rival no haya puesto la barrera. Pedro Nueno decía el otro día en un artículo en ‘La Vanguardia’ que las prisas en esta cuestión podrían hacer pensar que se quieren tapar las irregularidades, controlar más y mejor a la justicia. La independencia necesita un debate intenso y extenso, conocer ventajas y riesgos. Necesita una mayoría amplia y estable, no basada en mentiras, medias verdades u oportunismos populistas. Porque si las cosas se siguen haciendo en base a intereses particulares y partidistas, los riesgos se multiplican y, como también decía Nueno, si a los ciudadanos se les promete el paraíso y no se les explican las dificultades, la aventura, aunque les saliera bien a los promotores, acabaría mal, porque la realidad es muy terca. Y la realidad es que en una Catalunya independiente la economía empeoraría, y no poco. Alain Minc, al igual que todos los bancos de inversión y los expertos independientes, lo explica bien
en su última entrevista. Utilizando sus palabras, la independencia no debería ser un suicidio colectivo solo porque unos cuantos tienen prisa por salvar y ampliar sus privilegios..