Se acabaron las especulaciones. Por una vez, Artur Mas ha sido claro. Se acabó la burbuja independentista. Nada de prisas. Ni consulta ilegal, ni declaración unilateral de independencia. Elecciones cuando tocan, es decir en 2016. Para disimular un poco las califica de plebiscitarias.
Como he venido afirmando desde un principio, la conversión independentista de CiU y el anticipo de las elecciones ha sido una forma de evitar las elecciones en 2014, en plena crisis y sin nada que ofrecer. Había que buscar un relato para no hacerse cargo de los efectos de la crisis. Qué mejor forma que culpar a Madrid. Sus cálculos entraron en crisis con el inesperado resultado de las pasadas elecciones. Ahora no podía seguir alimentando una espiral que amenzaba con comerse a la federación nacionalista. Había que pinchar el globo. Y lo hace antes del 11 de septiembre para evitar volver a ir a remolque de los acontecimientos. Es un órdago fuerte pero inevitable. Será criticado por unos y otros. Pero es una muestra de que no ha enloquecido, sino que ha actuado. Y eso, es bueno.
La nave fondea. Hay que esperar que la tormenta amaine. Que la economía se recupere. Hasta Madrid vuelve a ser dialogante. Se desencallan temas pendientes como los accesos al Puerto de Barcelona. Habrá tiempo para acordar un nuevo sistema de financiación. A Mas hay que acusarle de habernos llevado al borde del precipio. No de que en el último minuto ponga el freno. Aunque los desencantados puedan crearle problemas, bienvenida sea la cordura.